Personas divertidas que se consideran pesadas, atractivas que se
sienten feas, sensibles que se identifican como lloronas y descontroladas, afortunadas
que se ven desdichadas, inteligentes que se perciben incompetentes, creativas
que se consideran estúpidas, habilidosas que se creen torpes,…
En ocasiones nos miramos
al espejo y no nos gusta lo que vemos, anhelamos otro aspecto, una actitud
distinta, un rasgo o un cuerpo diferente. A casi todos nos ha podido suceder
algo similar alguna vez.
Podemos desear que sean
los demás los que nos den la seguridad que no encontramos en nosotros mismos, dar
mucho más valor a la mirada de los otros o avergonzarnos porque quizás no
sintamos que estamos a la hipotética altura de las circunstancias.
Hay quienes finalmente dejan
de mirarse en el espejo para no verse, huyen sistemáticamente de sí mismos o se
esfuerzan por ser quienes no son aparentando e imitando a otros. Algunos llegan
a esconderse detrás de jornadas laborales interminables, otros dejan de
relacionarse y se aíslan o bien proyectan sus frustraciones en quienes les
rodean.
La desconexión de/con la realidad, la sensación de extrañeza hacia uno mismo, el desanimo, la tristeza, la sintomatología ansiosa o la progresiva pérdida de
identidad (¿quién soy?, ¿qué me gusta?,…) suponen en ocasiones un punto de
inflexión para uno mismo o para alguien cercano que llega a la conclusión de que quizás algo no va bien.
Focalizar desmesuradamente
en lo que no me gusta o lo que no consigo puede nublar la visión de lo que sí me
gusta o tolero de mí mismo, de mis logros y de lo que puedo conseguir. Puede
que llevemos puestas unas gafas sucias o empañadas sin ser conscientes de ello, y creamos
ver la realidad completa cuando realmente sólo estemos alcanzando a ver parte de
ella. En estos casos no se trata de la imagen que se refleja en el espejo sino
más bien de lo que el que mira percibe e interpreta.
Sabemos que objetivamente
un error no nos define como personas ni
un aspecto específico de nuestra personalidad, imagen corporal o actitud tampoco. Por tanto, sobredimensionar o
maximizar algo concreto de nosotros mismos que no nos gusta o que nos incomoda,
puede llegar a convertirse en una idea obsesiva de la que cada vez nos cueste más desprendernos ya que poco a poco se puede ir instalando en nuestro pensamiento. Asumir que
algo determinado delimita la totalidad de lo que soy implica cometer un sesgo
de autopercepción importante y por ello es fundamental identificarlo para
trabajarlo, reducir la intensidad de sus efectos o eliminarlo.
En estos casos, el autoconcepto
(la imagen que cada uno tiene de sí mismo) se empobrece y se desajusta llegándonos
a jugar una mala pasada al condicionar
enormemente otras áreas vitales, ya que sin duda lo que piense de mí mismo va a
influir inevitablemente en la estima que
me tenga, en el modo de observar la realidad, de gestionar las emociones o situaciones y de
relacionarme.
Tomar conciencia de que
la imagen que se proyecta y veo reflejada cuando me miro pueda estar distorsionada
supone comenzar a caminar por la senda del autodescubrimiento y la aceptación de
uno mismo con las limitaciones, fortalezas y potencialidades inherentes a la propia existencia. Sólo aquello que
dependa de mí total o parcialmente podré cambiarlo en alguna medida, ya que tengo
la posibilidad de generar cambios importantes en mi sistema personal dentro mi
propio radio de acción.
Es fundamental para mantener nuestro bienestar físico y psicológico disponer de un autoconcepto (lo que sé de mí mismo) adecuado y ajustado con la realidad, base fundamental para desarrollar una autoestima (lo que siento por mí mismo) positiva.