Hay personas que
afrontan de forma hábil las dificultades y adversidades intrínsecas de la vida,
que se sobreponen, salen fortalecidas e impulsan su crecimiento personal porque consiguen
extraer aprendizajes valiosos de las peores situaciones que podemos imaginar.
Con ello no quiero decir que sea sencillo, que no experimenten emociones
negativas o que en ocasiones se sientan perdidas o desesperanzas. Quiero decir
que a pesar de todo, continúan avanzando, aceptan su nueva realidad y consiguen
vivir plenamente.
En ocasiones, en las
sesiones de intervención, detecto claramente esa “garra” que de pronto se activa
y se engancha a cualquier haz de esperanza, ese “instinto de supervivencia” que
pone en marcha todo un plan de rescate emocional como si de alguna forma,
interiormente, esa persona hubiera tomado conciencia de que ha llegado al suelo
del hoyo y quiere salir tomando impulso.
En este punto, estas
personas presentan cierta ansia por encontrar el modo de avanzar a pesar de que
su día a día esté nublado y anhelan que alguien encienda la luz en el recorrido
que queda por andar hasta encontrar la salida.
No tienden a
detenerse excesivamente en la pena, la culpa o el discurso recurrente, sino que
tienden a conceptualizar y definir la pérdida, asignan responsabilidades y se
orientan al presente y al futuro a pesar de que su estado de ánimo sea bajo o
se encuentren desubicados. Buscan soluciones y ponen su energía en
reestructurarse apoyándose en los recursos personales, familiares y sociales de
los que dispongan.
Con el tiempo
identifican elementos de fortuna, aquello que a pesar del infortunio o del
problema, sigue siendo valioso en su vida (personas que permanecen,
circunstancias favorables, estima propia,
logros alcanzados,…) y de nuevo, paulatinamente, comienzan a desarrollar la capacidad de
disfrute, recuperan el control y toman decisiones consecuentes
libre y autónomamente.
Si os detenéis por
unos minutos a pensar en ello encontraréis en vuestro entorno personas que
encajarían en esta descripción e incluso puede que vosotros mismos os veáis
identificados.
Sabemos que hay
características propias de ciertas personas que favorecen la recuperación tras
un suceso violento, traumático,
negativo, inesperado, intenso o incontrolable que inicialmente ha generado
miedo e indefensión y ha desbordado la capacidad de respuesta y adaptación.
La resiliencia es
precisamente esa capacidad para sobreponerse al dolor emocional y a las
situaciones adversas potenciando los recursos existentes y facilitando el reajuste.
Hay personas
resilientes, que han desarrollado en su proceso de socialización habilidades de
afrontamiento adecuadas y eficaces, que
cognitivamente disponen de una estructura o mapa que tiende al razonamiento
ajustado a la realidad, que se orientan hacia lo que depende de ellas y especialmente hacia el hoy y el mañana.
¿Quiere decir que
sólo el resiliente puede alcanzar la vida plena tras la adversidad? Evidentemente
no, si bien es cierto que éste tiene un trecho del camino andado.
Cualquiera de nosotros tiene la capacidad de
cambiar, adaptarse y reestructurarse precisando para ello tiempo y realizando
el trabajo personal adecuado contando
con los apoyos internos y externos necesarios.
FOTO:
http://www.flow-ecodesign.es/blog/4-tips-resiliencia/
Son tremendamente
interesantes las líneas de investigación existentes en el área de la
resiliencia, los factores protectores y los factores de vulnerabilidad que de
algún modo modulan la forma en la que cada una de las personas afrontamos los
problemas y la adversidad de la vida. Desmenuzar el funcionamiento y la
estructura de las personas resilientes o conocer el desarrollo de su capacidad
nos da la clave para poder potenciar dichas áreas en todos y cada uno de
nosotros
Os dejo con una
selección de enlaces para profundizar sobre este tema que os permitirán
adentraros en esta área de conocimiento.
¡Seguro que salís
fortalecidos!