¿Por qué una mujer víctima de violencia de género permanece junto a su agresor?, ¿Qué procesos psicológicos subyacen a dicha toma de decisiones?, ¿Cómo percibe el mundo que le rodea?, ¿Se encuentra en plenas facultades para poder decidir?, ¿Qué le impide salir y pedir ayuda?, ¿Qué le está sucediendo a una persona que en otras condiciones respondería de una forma mucho más eficaz?, ¿Estoy asumiendo que ante una agresión o acción violenta (de naturaleza física, psicológica o sexual) necesariamente va asociada una respuesta de huida o afrontamiento directo?, ¿Esto es realmente así?, ¿Mi estado emocional influye en la percepción que tengo de lo que me está sucediendo?...
Probablemente la
mayoría se ha planteado en algún momento alguna de estas cuestiones, las ha
llegado a debatir, e incluso ha escuchado diversas explicaciones en su entorno
que van desde la más absoluta simplicidad a la complejidad que supone
considerar infinidad de variables.
Gran parte de las víctimas también se las ha planteado o lo hará en un futuro posiblemente.
Gran parte de las víctimas también se las ha planteado o lo hará en un futuro posiblemente.
Andrés Montero
Gómez, perteneciente al Departamento de Psicología Biológica y de la Salud de
la Facultad de Psicología de la Universidad Autónoma de Madrid, presenta el SÍNDROME
DE ADAPTACIÓN PARADÓJICA A LA VIOLENCIA como una propuesta teórica que responde
muchas de estas preguntas .
El autor establece
cierto paralelismo entre dicho síndrome y el de Estocolmo, y
explica cómo muchas mujeres maltratadas llegan
a desarrollar unos vínculos afectivos fuertes hacia el agresor (Montero, 1999).
Siguiendo sus
propias palabras, “entre los elementos que mantienen a la mujer en silencio sobre el
maltrato que está sufriendo se encuentran diversos procesos paralizantes
generados y mantenidos por el miedo, la percepción por la víctima de una
ausencia de vías de salida de la situación de tortura, y la carencia de
recursos alternativos”. Pretende explicar qué procesos psicológicos están en
funcionamiento cuando paradójicamente la víctima de maltrato permanece junto a
su agresor a pesar la situación de violencia que vive. Considera que el
síndrome es un “mecanismo activo de
adaptación habilitado para amortiguar y/o evitar la incidencia masiva de
estresores amenazantes”.
“Una exposición
constante al miedo propicia que los estados agudos de ansiedad se
cronifiquen y pasen a generar cuadros depresivos. Dicho estado emocional junto
al aislamiento provocan una nueva visión de lo que acontece muy distanciada del
mundo seguro que la mujer percibía y conocía antes del maltrato, llegando perder la noción de la realidad
que ya no reconoce. La ruptura del
espacio de seguridad en su intimidad pasa a ser el eje de su desorientación
sobre el que la incertidumbre sobre el futuro inmediato se instala. En este
punto la mujer pierde la capacidad de anticipar adecuadamente las consecuencias
de su propia conducta y cede cada vez más a la presión de un estado de sumisión
y entrega que le garantiza unas mínimas
probabilidades de no errar en su comportamiento.
La incapacidad de la
víctima para poner en práctica sus propios recursos u obtener ayuda externa
propicia su adaptación progresiva , vinculando
paradójicamente con su pareja violenta como la única fuente que percibe de
acción efectiva sobre el entorno. Disocia las experiencias negativas de las
positivas y se concentra en las últimas, asumiendo la parte de arrepentimiento
de su agresor, sus deseos, motivaciones y excusas, llegando a modificar su
propia identidad. La víctima desarrolla un
nuevo modelo mental para explicar su situación.
En ocasiones, la percepción de su propio espacio vital es similar a la de un
cautivo”.
Sin duda, la DEPENDENCIA
EMOCIONAL llega a ser un factor modulador fundamental que explica la
paradoja de que la mujer se mantenga junto a su agresor. Dependencia
generalmente desarrollada tras una etapa inicial de la relación en la que no ha existido violencia claramente
identificable por la víctima y donde se ha
consolidado rápidamente una visión idealizada de la pareja. El hecho de
que la violencia se ejerza de modo intermitente y se den regularmente las fases
de “luna de miel” favorece la desorientación y la pérdida de la noción de la
realidad a la que hace mención Montero.
Dicho autor establece
cuatro fases diferenciadoras en el proceso de adaptación (la fase desencadenante,
la de reorientación, la de afrontamiento o coping y finalmente la de adaptación).
Os recomiendo acudir a las referencia bibliográficas para profundizar sobre
ellas en caso de que estéis interesados. Considero que es una de las aproximaciones
más completas de entre las que podemos contar, que indaga en los distintos procesos
psicológicos de base que se activan en muchos de los casos de violencia de
género.
Referencias bibliográficas:
MONTERO, A. (2001). Síndrome deAdaptación Paradójica a la Violencia Doméstica: una propuesta teórica.Clínica y Salud, 12(1):5-31.
MONTERO, A (2001) El Sindrome
de Estocolmo en la Violencia Doméstica. Mujeres en Red
MONTERO, A (2001) Síndrome de
Adaptación Paradógica a la Violencia de Género Diario 16 - 8 de
marzo 2001